He pasado por sequías laborales antes. A principios de los años noventa fue difícil para quien empezaba en la industria y el estallido puntocom obligó a apretar cinturones. La demanda siempre ha tenido sus subidas y bajadas, y quienes comen y respiran software han sorteado esas olas, pero hoy la situación es distinta en lo fundamental.

Durante décadas la vida fue muy buena para los desarrolladores de software, pero la historia muestra que ninguna ocupación tiene garantizado un futuro indefinido. Hasta 1900 el caballo era el principal medio de transporte y en apenas una década el automóvil lo reemplazó en volumen. Los caballos siguieron existiendo para carreras o turismo, pero desaparecieron como oficio masivo. Me preocupa que lo mismo pueda pasar con ciertos tipos de programadores.

La llegada de la inteligencia artificial ha cambiado las reglas. Estas tecnologías funcionan a bajo coste relativo frente a trabajo humano y ya realizan buena parte del trabajo intelectual asociado al desarrollo de software. No es que hoy reemplacen por completo a las personas, pero la tendencia es clara y sostenida: menos profesionales serán necesarios para producir el mismo resultado.

En la comunidad de desarrollo hay dos grandes reacciones. Unos desprecian el uso de modelos de lenguaje y herramientas de IA por considerarlo una admisión de incompetencia o porque confían en que una máquina nunca podrá sustituirles. Otros abrazan la IA con entusiasmo porque multiplica su productividad y abre oportunidades en campos nuevos. Ambos enfoques tienen sentido, pero la realidad del mercado es dura: ya se han visto despidos preventivos ante la expectativa de que la IA reduzca la necesidad de talento humano.

Además de los modelos de lenguaje y los asistentes que aceleran a los desarrolladores, surgen plataformas de bajo código y de tipo vibe coding que permiten a personas sin formación técnica crear aplicaciones. El resultado es que la tarta disponible para la profesión puede reducirse y la competencia por cada puesto será más intensa. No hace falta una AGI para esto, basta con mejoras graduales pero persistentes en las herramientas de inteligencia artificial.

Entonces, qué puede hacer un desarrollador. En primer lugar, aceptar que la mejor estrategia es la adaptación. Aprender a trabajar con agentes IA, especializarse en arquitectura, seguridad y diseño de sistemas robustos, o profundizar en datos y analítica puede ser la diferencia entre seguir siendo prescindible o convertirse en un profesional muy demandado. Otra alternativa es buscar roles que dependan de la interacción humana directa o habilidades manuales, como cuidar clientes o tareas que implican confianza personal, aunque eso sea una broma para quien no se vea en ese perfil.

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En resumen, la profesión puede cambiar de forma profunda pero no tiene por qué desaparecer para quienes se adapten. La IA es hoy un multiplicador de fuerza y mañana será más capaz. La mejor apuesta es aprender a trabajar con esas herramientas, especializarse en áreas que exigen juicio humano, y apoyarse en socios tecnológicos como Q2BSTUDIO para la transición hacia soluciones de software a medida, inteligencia artificial, ciberseguridad, servicios cloud aws y azure, servicios inteligencia de negocio, ia para empresas, agentes IA y power bi que mantengan la competitividad de tu organización.